El Rvdmo. Gregory H. Rickel, VIII Obispo de Olympia
Discurso de la Convención Diocesana
21 de octubre de 2022

“Jesús salió de la casa y se sentó junto al mar”.

Tengo que decir que esa oración me llamó mucho la atención esta vez. De hecho, al igual muchas oraciones del Evangelio que captan mi atención, tanto en el gran libro que conocemos como el Evangelio como en el Evangelio de la vida, lo más probable es que siempre haya estado allí, pero esta vez, durante esta etapa de mi vida, esa oración simplemente captó mi atención. Ahora, la mayoría de ustedes en esta sala me conocen lo suficiente como para saber muy bien, y créanme que lo sé mejor que cualquiera de ustedes, que de ninguna manera, en ningún día, en ningún momento, puedo yo compararme con Jesús. Sin embargo, cuando leí esas palabras, pensé: “Eso es lo que estoy a punto de hacer, salir de la casa y sentarme junto al mar. Un mar diferente, en otro lugar”. Las Escrituras incluso dicen que Jesús se subió a un bote y simplemente se quedó allí sentado, y puedo decirles que mi intención es también hacer mucho de lo mismo.

Pero sobre todo, esto me hizo pensar en la metáfora de una casa. Hay tantas en nuestras vidas. Está la casa que es nuestro cuerpo, en las Escrituras incluso se le llama un templo para nuestra alma.

Están las casas literales en las que vivimos, a las que llamamos hogar. ¡En este instante, estoy tratando desesperadamente de finalizar la compra de una casa para tener un techo después de dejar la vivienda eclesiástica!

Está la casa que es nuestra fe, nuestra denominación, nuestra diócesis, nuestra parroquia.

Luego está la casa que es nuestro país, con fronteras a veces porosas e invisibles, y algunas problemáticas, defendidas con barricadas… fronteras que hasta pueden ser mortales.

Y, por supuesto, está la casa más grande y existencial, este planeta tierra, nuestra isla hogar.

Aprendimos mucho más sobre casas, y sobre el hogar, durante esta pandemia. De repente nos vimos obligados a quedarnos dentro de nuestras casas, para la mayoría quizás un poco más de lo que acostumbrábamos, y muchos descubrimos que amamos esa casa, que realmente es un hogar, que amamos a la gente que la habita, que nos encanta no tener que salir de ella. ¡La verdad es que conectarse por Zoom con pantalones de pijama y pantuflas puede ser la comodidad total! Y algunos tuvimos la experiencia opuesta, descubrimos que no nos gusta en lo absoluto, que realmente no nos sentimos como en casa, que quizás no amamos tanto a las personas que la habitan, que quizás es hora de partir.

Todo eso es parte de la vida y del vivir. Yo diría que experimenté un poco de ambos extremos. Descubrí que definitivamente amaba a la persona que vivía conmigo y me encantaba estar con ella, y no amaba tanto tener que viajar y siempre estar en un correcorre. El tener que prepararme para retomar mis actividades me puso mucho a pensar. En los últimos meses, he tenido que viajar todo lo que no viajé durante la pandemia. Durante esta época en la que intento recuperar el tiempo de trabajo perdido por el COVID, lo que tanto me gustó durante la pandemia de “quedarme en casa” se ha afianzado aun más.

Por lo tanto, este discurso puede ser uno de los más difíciles que he intentado redactar. No lo veo como mi discurso de despedida, así que no me voy a despedir, o por lo menos estoy tratando de no hacerlo. Y sin embargo, la verdad es que ¡mi decisión realmente es una gran parte de su realidad actual! No, lo que realmente quiero hacer hoy, es lo que todos los predicadores deberían querer hacer, predicar el Evangelio.

Y, sin embargo, sé que algunos de ustedes están esperando la gran revelación. Sobre mi vida futura. Créanme, también sé que a algunos de ustedes realmente no les importa en lo más mínimo. Bueno, la verdad es que aquí no hay ninguna, me refiero a que no hay una gran revelación. Lo que les puedo decir es que me estoy mudando a la Florida, o como algunas personas le llaman, el boliche de Dios. Y solo quiero aclarar algunas cosas aquí y ahora. Después del anuncio que hice por video, muchas más personas de las que me hubiera imaginado me dijeron lo siguiente, algunas lo hicieron directamente, y otras le dieron vueltas al asunto: “Obispo, si se va por mi culpa, solo quiero decirle cuánto lo siento”. ¡Me recordó a un compañero de seminario que a menudo decía que era una persona tan llena de culpa que estaba seguro de que él solo había sido la causa de la Guerra de Vietnam!

Algunos se han preguntado en voz alta conmigo si este grupo, o ese grupo, o este evento, o aquel evento, me llevó a partir. Y la respuesta a todo eso es no. Por favor, escúchenme bien. Ninguna persona, ninguna cosa, ningún grupo, me hizo tomar esta decisión. Si me ofendiera tan fácilmente, no habría sobrevivido diez minutos en este rol. La realidad es que fue toda una serie de cosas: cosas del vivir, del sobrevivir, del mirar hacia adelante, de la muerte, con toda franqueza, vista de cerca y en mayor número. Tal vez estaba empezando a ver los mismos problemas y dándome cuenta de que no tenía nada más que ofrecer para resolverlos. Era el silencioso, y a veces no tan silencioso, impulso del espíritu para discernir realmente si yo era la persona que debía estar aquí ahora. No fue una cosa específica. Lo que sí fue, fue un cambio en lo que el corazón anhela, un cambio de perspectiva. Lo que sentí que necesitaba que la vida me diera era un cambio. En un lado de la balanza este cambio y del otro lo que pensé que les debía y podía darles ahora. Ni más ni menos.

Parece trillado y simplista y tal vez hasta una forma de evadir, pero para mí es una realidad: es hora de que yo salga de la casa y me siente junto al mar.

Y esa es mi intención, al principio tomarme un tiempo y hacer precisamente eso, sentarme junto al mar. Espero ayudar en la Diócesis del Sureste de la Florida como pueda, tal vez con un poco de capellanía, tal vez conduciendo un taxi acuático, tal vez de cantinero, tal vez escriba un libro, y definitivamente estoy totalmente interesado en ser un docente de tortugas marinas, un pastor de las tortugas marinas, ayudando a proteger sus nidos y luego ayudándolas a encontrar su camino hacia el mar. Creo que esta es la idea que más me emociona. Esa es una pequeña forma en la que voy a tratar de ayudar a esta casa, a este planeta, a sobrevivir.

Volveré a estar ocupado, porque realmente no puedo soportar no estarlo, pero me siento tranquilo sin saber exactamente qué voy a hacer.

Así que eso es todo. Eso es todo lo que les puedo decir. Es hora de salir de casa e ir a sentarse junto al mar. Me despediré más tarde, por ahora pasemos a nuestra vida en común actual, y al trabajo que tenemos por delante.

Quiero comenzar hoy hablando de la casa número uno, la casa más importante, este planeta. Cada ser sintiente, cada objeto que respira, no respira, animado e inanimado, habita en esta casa y depende de ella. Si ella desaparece, todo desaparece. El planeta, en cierto sentido, es el poseedor de cada casa, de cada cosa que acabo de mencionar. Es el poseedor de cada milagro, de cada mal, de cada disputa y de cada amor. Jamás podremos curar a este mundo de la injusticia si nos quedamos sin mundo. En mi opinión no hay mayor crisis, no hay nada que requiera más de nuestra atención. Nos urge dirigir todos nuestros esfuerzos a salvar esta casa, este planeta.

Jesús está en el jardín que llamamos mundo, y estamos llamados a encontrarnos con él allí. Y el tema en esta, nuestra Convención, es esa casa suprema, nuestra tierra. Si no podemos mantenerla a salvo, lo que soñamos, lo que deseamos, lo que amamos, ya no va a importar. Este es un esfuerzo que requiere nuestra solidaridad, requiere que trabajemos juntos. Como dice uno de mis cantantes favoritos, Keb Mo, en su canción “Victims of Comfort”, que trata sobre esta casa, este planeta y sobre las formas en que lo maltratamos:

“¿Qué tenemos que perder? Todo.
Sí, ¿y qué podemos ganar? Todo, así que
intentemos juntos antes de que tengamos que llorar juntos.
Es demasiado pronto para morir juntos”
En esta diócesis tenemos algunos héroes increíbles de esta casa; este planeta que habitamos. He iniciado un proceso que deseo que continúe, nombrando el primero de lo que espero que sean varios Misioneros para el Cuidado de la Creación y la Justicia. John Kydd es el primero y el año pasado, después de que yo lo nombré, dirigió un grupo de personas en un Grupo de Trabajo sobre el Clima. Su objetivo era discernir hacia dónde nos dirigiríamos en ese tema como diócesis. Hicieron un trabajo excelente y les estoy muy agradecido. Un gran paso es que al tener esto como nuestro tema y darle nuestra atención en esta convención, servirá como un impulso para que continue en el futuro inmediato. Ustedes vieron ese increíble trabajo realizado, de Rachel y de muchos en la presentación de ayer. Quiero dar las gracias al Grupo de Trabajo, y especialmente señalar, recomendar y rogar que lean el Pacto que crearon, que yo apoyo y he firmado, y espero que todos ustedes también lo hagan. Y más que leerlo, síganlo, háganlo, cambien algo de su forma de ir a través de esta casa, este planeta, cambien su forma de vivir en él, para que muchos más puedan hacerlo.

Al dejar esta casa, la casa que es nuestra vida colectiva como diócesis, damos la bienvenida a alguien que realmente siempre ha sido parte de ella. La arzobispo Melissa Skelton, – y gracias por aprobarla abrumadoramente como su Obispo Provisional, ahora – entrará en esta casa, conforme yo salgo. Quiero decirles que de todas mis preocupaciones sobre la salida, ninguna cosa me reconfortó más que saber que Melissa aceptó asumir esta responsabilidad, ya que ella es la persona perfecta para llevarlo a cabo. Algunos de ustedes lo saben, pero Melissa fue la que me propuso como obispo aquí, en realidad en una prórroga de dos semanas que su comité decidió agregar. Si eso no hubiera ocurrido, yo no estaría aquí, así que algunos de ustedes pueden culparla a ella. Pero yo estoy sumamente agradecido y siento que en este momento se cierra un círculo. Mi partida es mucho más fácil y mucho más serena porque ella aceptó. Melissa, gracias por eso, pero sobre todo gracias por sus cuidados y su amistad a lo largo de los años y por nunca haber abandonado a Olympia, le deseo todo lo mejor.
Y junto con eso tengo que agradecer a su personal diocesano, tremendos colegas con los que trabajar y al Comité Permanente, que ha hecho un espléndido trabajo dirigiendo tras mi anuncio, y al Consejo Diocesano y a la Junta Directiva, todos los Órganos de Gobierno de esta diócesis que en realidad han compartido el liderazgo conmigo. Estoy sumamente agradecido con todos, gracias.
Finalmente, el día de hoy, el motivo de nuestra reunión es para tener tres nuevos diáconos vocacionales. Lo que significa que se convierten en un nuevo ser en esta casa que llamamos Iglesia. Ordenamos diáconos en nuestra convención porque son los únicos, en nuestras órdenes en la Iglesia, la orden que pertenece a esta, nosotros reunidos, la totalidad de la diócesis, con una conexión directa, la más directa de hecho, con el obispo. Es aquí, sostengo, donde esto es más apropiado. Su llamado es ir desde esta casa, y como me gusta decirlo, encontrar problemas y traerlos de vuelta a nosotros, de vuelta a esta casa, para que sepamos, para que podamos seguirlos y empezar a rectificar el problema. Salen de la casa todo el tiempo, no para sentarse junto al mar, sino para marchar, desafiar, buscar, animar y luchar francamente por la justicia y por todo lo que se pueda hacer para acercarnos a la vida que Jesús prevé para todos nosotros. Estos tres son modelos de ese papel particular que juega esta casa. De hecho, hoy ocupan un lugar especial en ella, no más importante, ni más alto ni más bajo, sino especial, diferente y específico. Me ha encantado recorrer este camino con cada uno de ellos, y aunque el orgullo es un pecado, voy a admitir lo orgulloso que estoy de poder ordenar a este último grupo de diáconos vocacionales para mí, en esta casa. Es muy especial que sean estos tres.
Sí, esta convención, este discurso es un poco incómodo y extraño. Cada año, es la presentación más difícil que preparo. En medio de eso, no hemos estado en persona en casi tres años, y nunca hemos hecho una convención híbrida, y sin embargo aquí estamos, y continuamos la vida que vivimos, en esta casa, con todo lo que hemos asimilado y todo lo que anhelamos aprender todavía.
No quiero que se concentren en mi partida. Yo tampoco quiero sumergirme en ella. Me encanta esto, exactamente esto, lo que estamos haciendo ahora. He amado cada minuto de estos últimos quince años, y aunque me arrepiento de muchas cosas que hice o no hice, de personas a las que ofendí o a las que no presté la debida atención, no me arrepiento de nada, ni de una sola, de haber respondido a la llamada, de estar aquí, de hacer esto por ustedes, por la iglesia y por Dios. A menudo no lo hice bien, pero siempre lo consideraré como uno de los papeles más especiales de mi vida
Todos residimos en diferentes casas. Yo estoy a punto de abandonar varias. La casa que tan gentilmente me han proporcionado y en la que nos permitieron vivir a mi familia y a mí durante estos últimos años y esta casa que llamamos la iglesia, al menos en esta parte, y así es siempre, en todas las distintas casas -vamos y venimos. Incluso esta casa más grande, esta tierra, nuestra isla hogar. Incluso esa casa que todos abandonaremos en algún momento, la salida es al Reino de Dios, como lo hicieron el querido Peter Strimer y Richard Buhrer y como Gerry Porter acaba de hacer.
Mis bienamados, tengo la intención de pronto abandonar esta casa y me voy con los mejores recuerdos, un sentimiento de amor que vino de ustedes y que espero que hayan sentido de mí, incluso cuando las situaciones eran difíciles. Todo lo bueno que pueda experimentar en esta nueva vida en la que entro, solo se hace mejor por los años que tuve con todos ustedes. No estaré por aquí, pero les prometo que entre los capítulos, entre los atardeceres, entre las bandadas de tortugas, entre cualquier trabajo que acabe haciendo, me acordaré de ustedes y también estaré observando, muy emocionado de ver en qué convierten esta casa.
Les dejo con uno de mis poemas favoritos escrito por Jessica Powers, me parece que es especialmente apropiado el día de hoy. Se titula “Casa en reposo”.
¿Cómo se calla nuestra casa?
Cada pared orgullosa y posesiva, cada viga que suspira,
las habitaciones inquietas por las risas recordadas
o ecos hirientes, las puertas permisivas
las escaleras que vacilan de arriba a abajo,
las ventanas que traen el color y el acontecimiento
del campo o de la ciudad,
¿techos opresivos y suelos quejumbrosos?

La casa debe, en primer lugar, aceptar la noche.
Que borre las paredes y su despliegue,
vaciar las habitaciones hasta llenarlas
de humildes silencios; que se silencien los relojes
y todas las urgencias egoístas del día.
La medianoche no es la hora de recibir a un invitado.
Cierra las puertas a los enemigos y a los amigos
e intenta que las ventanas comprendan
su poca importancia cuando la luz del día termina.
Persuade a las escaleras de la paciencia, y niega a los pasillos
a los pasajes su ir y venir sin rumbo.
La virtud es la que pone la casa en reposo.
Qué bien pagado está el inquilino, qué bendito
que, cuando la llamada es escuchada,
es libre de tomar su corazón encendido y partir.
Jessica Powers
Gracias por todo. Gracias por ser quienes son y por ser un reflejo del Santo al que seguimos. En esta casa que hemos compartido, han encendido mi corazón y me han dado la libertad de dejar esta casa e ir a sentarme junto al mar.
Mis bienamados, les he dicho estas palabras en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.